No hace falta ser muy observador para darse cuenta que la sintonía de la crítica y los medios con la creación escénica contemporánea de Madrid es bastante dudosa. Esto supone un problema que es necesario analizar. Dividimos este post en 2 apartados; crítica y medios.
Vista la situación actual, es lógico preguntarse si podemos continuar utilizando la palabra crítico, o para ser justos y hacer que el lenguaje se adecue a la práctica, debemos sustituir crítico por comentarista, o transcriptor de información, como una definición que se acerca de un modo bastante más real a lo que los lectores de la sección cultural de espectáculos estamos recibiendo. En términos generales lo que nos están ofreciendo como crítica, son descripciones esquemáticas, correctas y radicalmente desapasionadas de tal o cual obra. De análisis nada, de profundización en aspectos que nos puedan aportar alguna referencia, para que como potenciales espectadores decidamos a acudir o no a ver el trabajo, nada. Simplemente comentarios descriptivos y sobre todo notas de prensa.
Ahora si en Madrid la práctica de la crítica se sostiene por la ley del mínimo esfuerzo, en lo que a creación escénica contemporánea se refiere ni siquiera llega a eso. Pero volveremos a dar un voto de confianza a nuestras amigas y amigos críticos y pensaremos que detrás de esta nulidad no hay una intención boicoteadora expresa o un desinterés consumado. Hoy hace un día soleado, no nos compliquemos, disfrutemos pensando que si les dejarán escribir, seguramente lo harían, que entienden la importancia que su silencio genera en la vitalidad de la escena actual.
Pretender que los espectadores acudan, analicen, critiquen y recomienden una obra sin ninguna referencia o apunte que les facilite la tarea; es demasiado. La crítica es una referencia indispensable, un puente entre espectador y artista, un modo de hacernos ver que la actividad escénica es una parte viva del movimiento social.
Hace algún tiempo se nos machacaba con que las artes escénicas estaban en crisis, ahora nos dicen que es el cine el que está. Si hay un aspecto que pone el arte en crisis es delegarlo exclusivamente a artistas y público.
En el caso concreto de Madrid, el problema se agrava ya que "la voz" de las instituciones es extremadamente débil y confusa, van dando palos de ciego por aquí y por allá. Cuando les toca enfrentarse con la creación escénica contemporánea recurren al manual del funcionario y asumen una actitud abiertamente beligerante. El mundo institucional sabe que hay artistas trabajando desde otra perspectiva, pero optan por hacer como que no se han enterado o como si este modo de hacer fuese una fiebre pasajera, una salida de tono puntual. Las palabras no aparecen porque si, cuando en esta ciudad se menciona "lo alternativo" sabemos que connota lo no oficial, no avalado, dudoso...
En este contexto tan estimulante la crítica juega un papel decisivo. Es una referencia que mucha gente valora y que puede tener una repercusión inmediata en la visibilidad (y en un estado ideal), en la profundidad del proceso entre el artista y su entorno e ir más allá del determinismo institucional.
Mientras las instituciones no readapten su esquema de gestión (su pensamiento de fondo), la práctica artística requiere desesperadamente de una complicidad con los medios y la crítica.
Creemos que no es delirar pretender que en los periódicos se le conceda un espacio al arte escénico ¿no lo tienen la literatura o las artes plásticas? Y sobre las columnas de crítica de espectáculos, poder leerlas con regularidad nos parece lo mínimo ¡Es que son total y absolutamente indispensables!
Nos parece que la impresión general que dan estas publicaciones es fea. Ahora en el caso de las revistas de danza esta fealdad decididamente roza lo humorístico. Estas publicaciones se caracterizan por poseer una marcada estética años 80 que no sabemos si interpretar como un ejercicio de nihilismo, una provocación radical, o un experimento sociológico extremo sobre la capacidad del ser humano para precipitarse al vacío vestido con mallas. Si nos guiásemos solamente por las fotos, objetivamente no sabríamos distinguir si estamos ante una publicación de patinaje artístico o mirando los créditos de un disco de Milli Vanilli. Número a número sus redactores demuestran estar obsesionados con la estética de los primeros vídeoclips de Madonna, en el mejor de los casos, o de los New Kids on the Block en el más habitual.
En cuanto a contenidos la situación es indignante. El grado de frivolidad de las entrevistas y reportajes es máximo. Nos presentan la danza como un conjunto de figurines sudados dedicados exclusiva y neuróticamente a hacer piruetas y no perder ni un milímetro de flexibilidad en su cuerpo. Todo el sustento teórico gira en torno al yugo que el coreógrafo/a de turno ejerce sobre todo su equipo, y detrás no hay nada. Curiosamente las referencias a creación escénica contemporánea son más abundantes que las que aparecen en las publicaciones teatrales. Pero lo que cabe preguntarse es si estas referencias en vez de ayudar, pueden volverse contraproducentes para los artistas al englobarlos en un perfil que imaginamos les debe aterrorizar. Y como en el fondo no contextualizan ni explican por qué tal o cual artista hace lo que hace, de poco sirve su mención.
Este modo de hacer recuerda a los tiempos del cole, en el que en un esfuerzo titánico por guillotinar la cultura, se nos intentaba convencer que la pintura del siglo 20 fue Picasso, la poesía Lorca y Juan Ramón Jiménez, y el teatro como única excepción atemporal y anglosajona W. Shakespeare. Cabría preguntarse el rol que ocupa la mujer en este dudoso telegrama sobre historia del arte, este es el gran tema. Quién se interese por el arte puede percibir la mutilación exclusivista que sobre él se ha ejercido. Pero en el caso del arte femenino, sólo el hecho de identificar las trayectorias de su trabajo, supone un esfuerzo de investigación especializada realmente complejo.
Resulta incomprensible esta obstinación por querer convencernos que el teatro es una rama de la literatura, pero aún más cuando esa rama parece más bien un brote, ya que los autores y los textos a los que se refieren, no pasan de un número muy reducido. Por supuesto, en sus páginas las referencias a creación escénica contemporánea madrileña oscilan entre lo estrictamente necesario y lo inexistente. Prima un tono de desconfianza, incomprensión y hasta desprecio en los escritos que aparecen. Se persiste en una negativa sistemática a aceptarla y cada cierto tiempo se arremete contra tal o cual artista sin ningún tipo de contemplación.
Que el arte escénico pulse en consonancia con su tiempo es una labor de la cual las publicaciones no pueden desentenderse. La perpetuidad acartonada y el amaneramiento ochentero que insisten en ofrecernos hacen que interesarse por estas revistas sea un esfuerzo digno de no realizar.
Por eso con este tema no nos vamos a extender, pretender hoy por hoy que
Si esta gente piensa que la vitalidad de la cultura se resuelve solamente con dinero e infraestructuras, mal vamos.
No somos expertos en teatro polaco o colombiano, pero dudamos que su consistencia se deba a fondos económicos jugosos, o a espacios escénicos mesiánicos.
La solidez y vitalidad de las artes escénicas radican en el entendimiento de su necesidad como fenómeno social y en la comprensión de la fragilidad que ellas tienen. No es una cuestión de euros o ladrillos dorados, es algo que tiene que ver con la colectivización del pensamiento y con la convicción de que su existencia tiene sentido y no que es una patata que estamos obligados a tragar.
Ya va siendo hora que se deje de decir que todo es maravilloso. Si las personas vinculadas al análisis y difusión de la cultura tienen un mínimo aprecio por el arte escénico madrileño, es necesario que comiencen a reaccionar y que entiendan que la gravedad de la situación actual requiere acciones constantes, visibles, y meditadas.
Las artes escénicas contienen la inmaterialidad del momento presente, en el directo radica su fuerza pero también su fragilidad. Si suprimimos la reflexión en torno a ellas esta inmaterialidad absorbe cualquier posibilidad de trascender lo inmediato.
y quién no tenga ganas de hacerlo
que se vaya a la playa.
Allí sudar por pura inactividad
es un estatus muy cotizado.
Aquí tomar el sol frente
a la pantalla en blanco del word,
es una práctica que hace mucho
ha dejado de colar.
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